11/06/2011

Tuve hambre y no me distes de comer

... ¿Para qué te sirve ayunar y no alimentar de carne tu cuerpo, si con tu maldad das buenas dentelladas a tu hermano? Y ¿qué ganas ante Dios de no comer de lo tuyo, si le arrebatas injustamente lo suyo al pobre? ... Los cristianos han de tener la sensatez como guía, y el alma ha de huir de todo el daño que le pueda hacer la maldad. Porque, si nos abstenemos de carnes y de vino, pero nos hacemos culpables de faltas que nacen de nuestro propósito deliberado, os digo y os aseguro de antemano que no os van a servir de nada el agua y la dieta vegetariana, porque vuestro espíritu interior difiere de vuestra apariencia exterior...
Una muchedumbre de cautivos está llamando a las puertas de cada uno. No nos faltan forasteros y desterrados y por todas partes podemos ver manos que se nos tienden. La casa de estas gentes es el cielo raso. Su techo son los pórticos y las encrucijadas de los caminos y los rincones más desiertos de la plaza pública. Se albergan en los agujeros de las peñas, como si fueran murciélagos o lechuzas, visten harapos hechos jirones, sus cosechas son la voluntad de los que les alargan una limosna, su comida lo que caiga de la mesa del primero que llegue, su bebida es la fuente pública, como para los animales, su vaso el cuenco de la mano, su despensa los pliegues del vestido si es que no está roto y deja escapar todo lo que se le eche. Su mesa son las rodillas encogidas, su lecho el santo suelo, su baño el río... Y llevan esa vida errante y agreste no porque así lo hayan querido desde el principio, sino por imposición de la desgracia y la necesidad.
Socórrelos con tu ayuno. Sé generoso con estos hermanos víctimas del infortunio. Dale al hambriento lo que quitas a tu vientre. Modera con sabia templanza dos pasiones que son contrarias entre sí: tu hambre y la de tu hermano... No consientas que otros socorran al que está cerca de ti y se lleven el tesoro que estaba guardado para ti. Abraza al afligido como al oro. Estrecha con tus brazos al enfermo como si de ello dependiera tu salud y la de tu mujer y tus hijos, de tus criados y de toda tu familia... No desprecies a esos que yacen tendidos como si no valieran nada. Considera quiénes son y descubrirás cuál es su dignidad: ellos nos representan la persona del Salvador.
Así es: porque el Señor, por su bondad, les prestó su propia persona a fin de que por ella conmuevan a los que son duros de corazón y enemigos de los pobres. Es lo que hacen los que son víctimas de la violencia: que muestran a sus atacantes la imagen del emperador, a fin de que, a la vista del que manda, se contengan esos delincuentes. Los pobres son los despenseros de los bienes que esperamos, los porteros del reino de los cielos, los que abren a los buenos y cierran a los malos e inhumanos. Ellos son, a la vez, duros acusadores y excelentes defensores. Y defienden o acusan, no por lo que dicen, sino por el mero hecho de ser vistos por el Juez. Toda obra que se haga con ellos grita delante de Aquel que conoce los corazones, con voz más fuerte que un pregonero...
Dios es así: primero inventor de los beneficios y proveedor rico y compasivo a la vez de lo que necesitamos. Y nosotros, en cambio, y a pesar de que cada letra de la Escritura nos enseña a imitar a nuestro Señor y Creador, en cuanto pueda un mortal imitar lo bienaventurado e inmortal, nosotros lo dirigimos todo a nuestro propio goce, y destinamos unas cosas para nosotros y otras para nuestros herederos. Pero no tenemos ninguna cuenta con los desafortunados y ninguna preocupación bondadosa para con los pobres.
¡Qué crueldad! El hombre ve al hombre necesitado de pan, y privado del necesario calor que da el alimento, y ni le socorre de buena gana ni se le da nada de que se salve. Más bien lo desdeña como una planta frondosa que se agosta por pura falta de agua. Y eso que a él se le desbordan las riquezas de las que podría hacer derivar tantos canales para alivio de muchos. Porque así como la corriente de una sola fuente puede fecundar llanuras extensas de campo, así también la opulencia de una sola casa puede sacar de la miseria a muchedumbres de pobres. Sólo es preciso que no se interponga en ello un espíritu avaro y miserable, como una piedra que tapona la corriente ...
¡Poned, pues medida a vuestras necesidades vitales! No penséis que todo es vuestro. Que haya también una parte para los pobres y amigos de Dios. Pues la verdad es que todo es de Dios, Padre universal. Y nosotros somos hermanos de un mismo linaje. Y los hermanos han de entrar por partes iguales en la herencia, si queremos ser justos. Y aunque uno o dos se apropiaran la mayor parte, por lo menos debe quedar algo para los otros. Pero si alguno quiere apoderarse de todo absolutamente, y excluye a sus hermanos aun de la tercera y cuarta parte, ese tal será un dictador tiránico, un bárbaro implacable, una fiera insaciable que quiere regalarse ella sola en el banquete. O mejor dicho: ese tal será más fiero que las fieras...
Y mientras hay todos esos lujos dentro de casa, ahí a la puerta están tendidos mil Lázaros. Unos, cubiertos de úlceras dolorosas, otros con los ojos arrancados, otros que gimen por la herida de sus pies. Pero gritan y no se les oye, pues lo impide el sonido de la orquesta y los coros de cantos espontáneos y el estrépito de las carcajadas. Pero si llegan a molestar un poco más en las puertas, salta de cualquier rincón un portero canallesco del amo cruel, y los echa a palos, o llama a los perros y los azota en las mismas heridas.
Y así, los amigos de Cristo tienen que marcharse, llevándose de propina insultos y golpes, y sin haber conseguido un pedazo de pan o un bocado de comida, ellos que son el resumen de los mandamientos. Y dentro, en esa morada, unos vomitan la comida como naves sobre oleajes, y otros se duermen sobre la mesa junto a las copas mismas. Y en esa casa indecente se comete un doble pecado: uno por el hartazgo y la borrachera, y otro por el hambre de los pobres a quienes se ha arrojado de allí.

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