11/24/2011

Homenaje al Cuidador de los enfermos…. Unos héroes….

Soy consciente de que en ocasiones la dedicación al enfermo implica importantes sacrificios. Hay muchos héroes anónimos; hay muchas personas que hacen esfuerzos titánicos para tratar de responder a las necesidades y demandas de un padre con un deterioro físico o psíquico grave o un familiar con un problema de movilidad. Por cierto, habitualmente las heroínas son las mujeres, hijas, nietas y nueras. Pero también los Hombres de la familia.
Ante estas situaciones la sociedad y las administraciones deben ser generosas. La atención del familiar enfermo puede exigir un gran esfuerzo: de recursos materiales, de tiempo y de paciencia. A muchas familias no les alcanzan los recursos económicos para cuidar adecuadamente a su ser querido.
En otros casos, las condiciones de las viviendas dificultan ese cuidado y, además, interfiere en el desarrollo normal de la vida de todos los miembros de una familia. Claro que las ayudas públicas han crecido mucho en los últimos años, pero siguen siendo escasas y con demasiada frecuencia los trámites para lograrlas lentos y excesivamente burocrático.
Hace unos meses conocí en el hospital a un conductor de un camión que llevaba varios meses sin trabajar para poder cuidar a su madre, también conocí a una mujer que se pasaba toda la noche junto a su suegra para, por la mañana, ir a trabajar a un bar, luego atender a su familia y a su casa y, a continuación, volver al hospital.
Por otra parte, hay enfermedades que por su duración o por sus dolencias exigen a sus cuidadores una gran resistencia. Obviamente, ver sufrir a un familiar deprime a cualquiera; las demandas continuadas cansan y, en ocasiones, hacen perder la paciencia. No es extraño que el estrés que produce la enfermedad, la angustia que provoca ver que un ser querido lo está pasando mal, la incertidumbre de su pronóstico y el cansancio acumulado lleva a que se produzcan desencuentros entre los miembros de la misma familia o discusiones entre éstos y los profesionales sanitarios.
La enfermedad rompe el orden, el equilibrio. Por una parte interrumpe la armonía del vínculo del individuo con el mundo y, por otra, afecta a las relaciones sociales. En la sociedad del bienestar la enfermedad no está de moda. Cuando caemos enfermos o cuando sufre alguna persona próxima nos desconcertamos, rompe nuestro ritmo acelerado: no podemos trabajar, nos impide ir de puente, nos dificulta acudir al centro comercial.
Parece que nos hemos olvidado de que la enfermedad y la muerte constituyen elementos consustanciales a nuestra naturaleza. La enfermedad nos provoca inseguridad, temor y, además, nos dificulta el propósito de seguir corriendo. La enfermedad moviliza una fuerte carga afectiva y, además, activa complejos procesos sociales.
La enfermedad limita o incapacita para realizar funciones sociales y, por tanto, además de afectar al paciente siempre afecta al entorno social. También suscita reacciones en las personas próximas, reacciones que pueden ir desde la solidaridad al rechazo. Por otra parte, propicia el surgimiento de un nuevo tipo de relaciones sociales: el vínculo entre el médico y el enfermo, la unión entre el familiar cuidador y el paciente, y las variadas relaciones que se establecen cuando el que necesita ayuda ingresa en una institución sanitaria.
La enfermedad es un hecho social; no se trata de un asunto individual, afecta al grupo más próximo. A la vez que se modifican el rol y el estatus del enfermo, se trasforman las relaciones entre los distintos miembros del grupo familiar; además, se cambian los hábitos de comportamiento y los ritmos de toda la familia.
En ocasiones, la situación económica y hasta la distribución de los espacios de la vivienda se ven alterados. Los padecimientos de un familiar afectan al estado de ánimo de los que le rodean y, con frecuencia, a sus relaciones. A veces, ante la crisis, se puede producir un incremento de los vínculos afectivos, de la solidaridad grupal, del sentimiento del "nosotros" y, en definitiva, de la cohesión social.
En otros casos, la preocupación, el estrés, el cansancio, la tensión, la angustia, pueden propiciar los desacuerdos y el conflicto. La enfermedad nos hace reflexionar. La crisis nos hace ver el mundo de otra manera. La pérdida de la salud, el fallecimiento de un ser querido, las rupturas vitales, provocan que toquemos tierra.
El golpe, el dolor, nos despierta. Es decir, la crisis puede constituir una oportunidad para distinguir entre lo importante y lo accesorio. Habitualmente vamos tan deprisa, nos creemos tan poderosos y los monstruos del consumo de masas y de la competitividad social nos engañan tanto que perdemos el norte. Por eso, cuando de verdad nos toca el sufrimiento comprendemos que la mayor parte de los asuntos que nos preocupaban son insignificantes, que lo que pensábamos que constituían metas importantes carecen de importancia y que muchos de los que creíamos conflictos gigantescos sólo son molinos.
El enfermo necesita y demanda una ayuda profesional y, además, el calor de sus seres queridos. La contribución de estos es, por tanto, fundamental en el proceso de curación e integración social del paciente. Todos lo sabemos: el analgésico es muy importante, pero agarrar la mano de la persona que sufre también lo es. Por otra parte, los cuidadores también deben ser cuidados, respetados y amados.. En verdad son unos héroes.

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