11/01/2011

No invites a tus amigos, sino a los pobres

En muchos de nuestros pueblos se da un fenómeno muy curioso: se invita de padrinos a personas que de una u otra forma tienen poder, ya sea económico, ya sea político o con muchas influencias. Se dice que con la finalidad de que si un día el ahijado lo llegara a necesitar, el padrino pueda apoyar… pero se buscan sólo los motivos de poder. Esto que a muchos les parece normal, refleja la mentalidad y lo que de verdad importa a la hora de tomar decisiones. No es importante que sean personas honestas y sinceras, no importa si llevan una vida cristiana y apegada a la verdad, importa su poder y su influencia.

En estos días que han aparecido las horribles cifras de los estragos que hacen el hambre y la pobreza en muchas naciones de África, las reacciones de quienes escuchamos son muy diferentes. Algunos prefieren cerrar los oídos ya que tanta pobreza los lastima y les quita el apetito, pero una vez cerrada la cortina, pueden disfrutar de sus bienes, que tienen en exceso, sin ningún remordimiento. Otros generosamente se han desprendido de algún pequeño objeto para donarlo a quienes más lo necesitan. Pero hay otros que se preocupan, ya no sólo de ofrecer de lo que les sobra, o de dar como por lástima. Buscan que se oiga la voz del hambre y que las naciones escuchen el dolor que producen las abismales diferencias que dejan a gran porción de la humanidad sin alimentos.

Jesús no habla solamente de no buscar los amigos para compartir, habla de algo más profundo: hacerse hermano no sólo de los que están cercanos y en igualdad de circunstancias, sino abrir nuestro corazón para ofrecer un lugar en la mesa de la vida a los que están lejanos, a los marginados, a los sin techo. Es triste y doloroso que se busquen razones políticas y económicas para justificar la gran marginación y el abismo desproporcionado que se abre entre los que abundan en bienes y los que carecen de todo. Aceptar y recibir a los amigos en este mundo individualista ya tiene un cierto mérito, pero ampliar los horizontes y ver que la sangre de Cristo se ha derramado por todos y su amor se ofrece a todos, nos llevará a descubrir en cada rostro sufriente un hermano que debería estar participando de la mesa de la vida.

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