11/02/2011

El que se humilla será engrandecido

En las graves crisis económicas y sociales que estamos viviendo, se descubren con frecuencia los verdaderos valores y los deseos íntimos de las personas. Un matrimonio que ha perdido casi todo su capital y ha quedado en aparente pobreza, comentaba como los negocios actuales y la problemática de hoy “le han venido a quitar toda su dignidad y lo han reducido a un nivel que nunca hubiera imaginado”.

Ciertamente han tenido que recortar muchas de sus actividades anteriores, de su mundo social y de sus relaciones, pero no viven en una verdadera necesidad y pueden, con ciertas restricciones, llevar una vida digna. Pero lo que más me sorprende es que se sienten como humillados y como rebajados por haber perdido su fortuna. Me da la impresión de que el dinero era lo que les daba dignidad y los hacía sostenerse y ahora llevan a cuestas una vida sin sentido. Como dicen ellos, han perdido el honor.

Creo que con gusto sacrificarían mucho de lo que aún les queda si pudieran recuperar el prestigio que tenían en la sociedad. El orgullo y la fama se nos meten en el corazón y estamos dispuestos a llegar a pleitos y enfrentamientos por ocupar los primeros lugares, no sólo en los banquetes, sino en la sociedad.

Cristo nos previene de esta tentación que muy sutilmente se apodera de nosotros. A veces será con la mejor de las intenciones o disfrazada incluso de buenos propósitos: ser el mejor padre de familia, ser el mejor evangelizador, ocupar el primer puesto en los lugares de trabajo… pero siempre aparecer, y a veces a costa de mentira, de engaño y de apariencias.

Cristo nunca nos ata de manos para no actuar, pero sí nos pide rectitud de intenciones. Qué fácil es dar algo cuando está la cámara dispuesta a perpetuar nuestra generosidad, qué difícil el compromiso diario, escondido e ignorado. Y también en al ambiente religioso. Hay catequistas que son verdaderos apóstoles, infatigables, que han hecho mucho bien en sus centros de trabajo y que no aparecen… Hay en cambio personas que exigen reconocimientos y privilegios porque han predicado la palabra.

Los fariseos y los escribas espiaban a Jesús preocupados que el honor o la estima que él recibía pudieran mermar la estima que de ellos tenía la gente; pero no se dan cuenta del camino que sigue Jesús: empequeñecerse, humillarse, no en el sentido de hacerse indiferente o apático ante las dificultades, sino asumiendo responsablemente su misión. ¿Podremos imitar a Jesús o estaremos dejándonos llevar por los honores y la búsqueda de privilegios?

No hay comentarios: