11/16/2011

Seamos ejemplo de vida

El ser humano, privado de su dimensión trascendente, se vuelve sobre sí mismo y se queda solo. Solo, con otros individuos solos. El hombre no se basta a sí mismo para satisfacer los deseos de plenitud y felicidad que anhela su corazón. Cualquier reducción que se le practique lo deforma y deshumaniza.
Mutilado en su trascendencia, el hombre se vuelve incapaz para establecer relaciones duraderas. De este modo, los individuos se convierten en una especie de mareas humanas que buscan consumir, satisfacer y distraerse. Nos preocupa percibir estos síntomas entre nuestros adolescentes y jóvenes e inclusive en niños.
La violencia, que genera inseguridad, es una consecuencia de esa falta de horizontes. Cuando el ser humano no encuentra el camino para responder a sus anhelos más profundos de humanización, se vuelve violento. Esa agresión la dirige contra sí mismo por medio de alguna adicción que lo termina destruyendo; o contra otros, a quienes despoja de lo que son y de lo que tienen.
Hace poco escuché decir a una madre de familia, con hijos adolescentes, que la prueba de amor más grande que los padres pueden dar a sus hijos hoy son los límites. Pero hay que añadir inmediatamente que esa propuesta vale tanto para los padres como para los hijos y que todo límite debe servir para crear espacios y condiciones para un mayor acercamiento, diálogo y encuentro.
Nuestra Iglesia está más preocupada por el qué dirán y por su imagen, que por hacer una verdadera revolución de cambio en su propio comportamiento de vida privada, pues no se da por enterada de la necesidad de ningún cambio que debe entrar por casa primero, pues permite toda clase de herejías contra la Fe, de los propios consagrados, y no hay un cambio hacia una conversión de quienes gobiernan nuestra Iglesia.
¿Cómo pretenden que la sociedad cambie si ellos no cambian? ¿Creen que con comunicados cambiarán los comportamientos de quienes no escuchan ni respetan a la Iglesia que son la mayoría de las personas? ¿Es que no se dan por enterados que cada día que pasa van perdiendo protagonismo en la vida de los creyentes y de los que un día creyeron?
Hace falta mucho más que comunicados, para salvar a este mundo, lo triste es que luego de la emisión de estos comunicados y de oír las adulaciones de los fieles que los rodean, que son muy pocos, los comisionados, en su mayoría, vuelven a sus oficios seculares (sociales, políticos, económicos y administrativos), olvidándose del grave peligro que enfrenta nuestra sociedad en todos los frentes de batalla espiritual,¡como si por un comunicado bien redactado las cosas fueran a cambiar!

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