11/13/2011

Consigamos una verdadera justicia

Qué tristeza encontrar vagando por nuestras calles la fuerte e inteligente juventud desperdiciando su tiempo y sus esfuerzos, reducidos a los tristemente llamados “ninis” porque no encuentran oportunidad ni para estudiar, ni para trabajar, ni para desarrollar sus estupendas cualidades. La riqueza de nuestras familias, perla preciosa de nuestra sociedad, que ahora se desmoronan y se desperdician, golpeadas por el individualismo, por el mercantilismo y por un hedonismo que destroza todo sentido humanitario.

Los niños y los adolescentes que gastan horas y horas en sus salones de clases pero que muy poco aprenden de los valores de la vida, del amor a la verdad y de la búsqueda de la justicia. Con dolor comprobamos que no solamente están escasos de conocimientos básicos, sino también se encuentran vacíos de valores.

El potencial de los medios de comunicación, radio, internet o televisión, que poseen una fuerza extraordinaria para educar, enseñar, propiciar un verdadero descanso y aprecio de la vida, y que se han convertido en una sarta de programas estúpidos, insulsos y mediocres recurriendo a las escenas morbosas o las palabras soeces para poder atraer más clientela.

Círculo vicioso: al público lo que pida pero primero le enseñamos a pedir porquerías. Podríamos decir que el gran pecado que nos está ahogando es el de omisión: tenemos muchas cualidades, posemos los suficientes espacios, pero no actuamos con honestidad y con responsabilidad.
Ahora debaten los candidatos a la presidencia del gobierno, y son muchos los que se preguntan: ¿qué han hecho nuestras autoridades para construir una España, justa y que mire por los más necesitados? ¿Dónde han quedado los buenos propósitos y las promesas de campaña? No es gratuita la indiferencia y la apatía con la que muchos de los ciudadanos miran las elecciones. No se han hecho producir los talentos que el pueblo, o que el Señor, ha puesto en sus manos. Cobardemente han escondido los tesoros y han dejado podrir los talentos.

Por temor, por apatía o por ambición, y después se tienen las mismas excusas para disculpar el torpe manejo. Siempre echando la culpa a otros o a las circunstancias, siempre apareciendo limpios. Baste repasar los discursos de las campañas para darnos cuenta de que hay mucha riqueza que los otros han dilapidado y que los nuevos aspirantes prometen transformar en vida, para dentro de unos cuantos años presentar los mismos resultados.
Pero no sólo las autoridades civiles, todos los que tenemos alguna responsabilidad frente a la comunidad, frente a la familia, frente a los grupos, hemos desperdiciado las oportunidades y nos hemos quedado paralizados de miedo.
Los padres de familia que no se atreven a proponer verdaderos ideales a sus hijos y prefieren seguir el borreguismo que el sistema propone; los maestros que no se arriesgan a formar verdaderos ciudadanos; los líderes obreros y sindicales que prefieren sus ganancias substanciosas a la verdadera justicia; los pastores y sacerdotes que no se arriesgan a presentar el Reino en toda su verdad y se contentan con unos cuantos fieles adormilados.
Es el pecado de la cobardía, de la omisión, del pasivismo, que está ahogándonos e impidiendo verdaderos frutos. También hay servidores honrados, Creo que ahora me puse demasiado pesimista, también hay personas que han tenido la inteligencia, el compromiso y osadía de arriesgarlo todo. Que se han comprometido y que han sabido producir y comprometerse con los más necesitados.
Hay Personas que no se acobardan y que entregan su vida en la búsqueda de sus ideales, que hay líderes que asumen con toda dignidad su papel y se entregan arriesgando su propia vida, que hay pequeños y quizás desconocidos protagonistas que están sembrando en este mismo momento semillas de esperanza.

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