11/14/2011

Compartir la mesa, es nuestra meta

Todos hemos sentido en determinados momentos la decepción de un ideal o de unas propuestas que creíamos que eran solución y única verdad. Pero después cuando aparece la adversidad y el fracaso, cuando tenemos que cambiar nuestros criterios, cuando aparece las adversidades, nos desilusionamos y corremos el riesgo de abandonar todo: el ideal, el esfuerzo y la propia comunidad. ¿Por cuáles caminos he hecho caminar mis fracasos y mis tristezas? ¿Qué proyectos he abandonado porque, siendo buenos, no resultaron de la forma que yo lo esperaba? ¿He abandonado mi lucha por la verdad porque he encontrado mentiras?
No podemos quedarnos insensibles y fríos. Hoy también encontraremos en el camino hombres y mujeres que un día lo iniciaron con ilusión y que hoy han perdido toda esperanza. Los emigrantes que soñaron con unos euros que vinieran a liberarlos de las deudas, del hambre y de la necesidad; los jóvenes que se ahogan en la desesperanza porque no encuentran ni trabajo ni posibilidades de estudio, que ven limitada su vida a ir sobreviviendo y pierden toda ilusión y son fáciles víctimas de la droga, del narcotráfico, de la desidia e indiferencia.
Los matrimonios que en medio de fiestas y promesas esperaban encontrar una felicidad fácil y que retornan solos… hay tantos que vagan solitarios por el camino. Hay muchos “discípulos” que son de los nuestros, que quisieron vivir nuestra fe y que después se han quedado sin ilusión, sin alegría, sin Dios. Y es nuestro compromiso llevar la noticia de la vida y anunciar la resurrección.
No podemos predicar un evangelio mocho que termina en la muerte y el fracaso; no podemos anunciar un evangelio fácil que solamente tiene aleluyas y milagros. Proclamamos un evangelio que da vida pasando por el dolor y el sufrimiento de la entrega a los pobres.
Nuestro anuncio y nuestra proclamación deben ir acompañados de gestos que comprometan nuestra vida, necesitamos ser pan que se parte, que nutre, que fortalece, que llena de esperanza. Al emparejar el paso con el que sufre y en una mesa compartida nace la fraternidad.

Señor Jesús, que te haces compañero de camino, que alientas los corazones tristes, que te haces pan partido, que das ilusión y esperanza, llena nuestro corazón con la alegría de tu Resurrección y concédenos encontrarte en el camino de cada hombre y de cada mujer, y compartir con ellos nuestro pan y nuestra esperanza.

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