2/25/2012

El mismo trabajo para más trabajadores

He aquí una de las proclamas que intentan definir salidas a la situación actual:

“Se trata de desconectar el trabajo del ‘derecho a tener derechos’ y, sobre todo, del derecho a lo que es producido y producible sin trabajo, o cada vez con menos trabajo. Se trata de cambiar la sociedad. El problema central no se resolverá a menos que el ‘trabajo’ pierda su lugar central en la imaginación de todos.”  Y esto es precisamente lo que los centros de poder se esfuerzan por impedir, con la ayuda de expertos, funcionarios e ideólogos.

Es necesario definir nuevos derechos y nuevas libertades, nuevas seguridades colectivas, nuevos arreglos del espacio urbano, nuevas normas sociales compatibles con el tiempo elegido y la multi actividad. Una sociedad que desplace la producción del lazo social hacia las relaciones de cooperación, reguladas por la reciprocidad y la mutualidad, y ya no por el mercado y el dinero.

Una sociedad en la cual cada uno pueda medirse con los otros, ganar su estima, demostrar su valor no por su trabajo profesionalizado y por el dinero ganado, sino por una multitud de actividades desplegadas en el espacio público y públicamente reconocidas y valorizadas por otras vías que las monetarias. A esta altura del desarrollo de la humanidad, es necesario disponer de un ingreso que satisfaga las necesidades de manera suficiente y estable.

Pero la necesidad de actuar, de obrar, de medirse con los otros, de ser apreciado por ellos, es una cosa diferente. No deben confundirse necesariamente, aunque toda la historia reciente haya identificado ambas funciones. Parece ser que no hay trabajo si no hay un trabajo encargado, socialmente reconocido y pagado por quien lo contrata; y que no hay ingreso si el mismo no proviene de la remuneración por un trabajo. Con esta identificación, se confunden los diagnósticos y las soluciones: lo que falta no es trabajo, sino la distribución de las riquezas para cuya producción el capital emplea un número cada vez más reducido de trabajadores. Es esa identificación la que debe ser desarmada.

Numerosos autores (de ideologías opuestas) se atreven a adelantar cómo será el futuro. Para algunos, el mundo sin trabajo será el inicio de una nueva era en la que el ser humano quedará liberado de una vida de duros esfuerzos y de tareas mentales repetitivas. Para otros, la pérdida masiva de puestos de trabajo generará desazón social e innumerables disturbios. Pero prácticamente todos coinciden en un punto: entramos en un nuevo período de la historia en el cual los procesos de automatización sustituirán a los seres humanos en la fabricación de productos y el suministro de servicios.

¿Una sociedad sin empleos? Resulta extraño y difícil de imaginar porque afecta la idea que tenemos de cómo organizar a muchas personas en un todo social armónico, y nos vemos enfrentados con la perspectiva de tener que replantearnos las bases mismas del contrato social. Una de las soluciones sería repartir mejor el trabajo y la riqueza. El derecho a un ingreso suficiente y estable ya no tendría que adoptar la forma de un trabajo encargado y pagado. Deberían crearse las condiciones para hacer posibles actividades múltiples, cuya remuneración y rentabilidad no fueran una condición necesaria o un fin.

El tiempo de trabajo dejaría de ser el tiempo socialmente dominante. «Trabajo para todos» es el valor que se pretende inculcar para avanzar hacia una nueva sociedad. Se debe dividir el trabajo socialmente necesario en dos partes: el empleo formal remunerado y el resto del trabajo socialmente útil, y no circunscribir la responsabilidad de toda la sociedad a la producción y el empleo remunerado. La "actividad plena" se dará en el campo de la sociedad y de la cultura, no sólo en el de la economía.

La realidad es que 30 años después, los manifestantes de aquellos tiempos, rondando hoy los 50 años de edad, están en alguna de las dos orillas del mercado: son los ejecutores de una política y de una economía que ha hecho un uso pragmático y despiadado de la tecnología, o son las víctimas silenciosas de un sistema que los ha borrado. En la actualidad se demanda con persistencia el recorte de la semana laboral. Esta demanda es promovida tanto por líderes sindicales como por economistas. La idea es acortarla (sin reducir los salarios), lo que permitiría humanizar la vida de los trabajadores y ampliar el mercado laboral. El mismo trabajo para más trabajadores.

Esta propuesta se suele asociar a ideas de flexibilización en los horarios y a una utilización de los centros de producción a tiempo completo. Hay un efecto interesante en esta opción: el trabajador que debe reducir compulsivamente el tiempo de trabajo redescubre su papel en la familia y suele interesarse en actividades propias del ocio o del estado de no obligación (tareas voluntarias, creaciones personales, participación en organizaciones no gubernamentales, etc.). De alguna manera, este tiempo ocioso está generando verdaderos "trabajos" que responden a la necesidad de personalizarse de los individuos y les da la posibilidad de generar algo propio más allá de las exigencias externas de un mercado que se las ha ingeniado para robarles hasta la creatividad y las ideas para ponerlas al servicio de sus intereses.

Si los estados socialmente benefactores del pasado han desaparecido del escenario, alentando el protagonismo de una economía de mercado, es hora de que adquieran un nuevo protagonismo. Es cierto que un sector de la población puede alternar sus actividades obligatorias con las opciones voluntarias, pero para muchos las acciones voluntarias serán la única posibilidad. Es necesario que los gobiernos piensen en establecer salarios sociales, como alternativas de pago y beneficios de asistencia pública a los desempleados permanentes dispuestos a ser reeducados o dispuestos a emplearse en el servicio a la comunidad. Estas ayudas sociales dejan de ser dádivas para convertirse en derechos sociales, que redundarán en beneficio de la comunidad.

Por supuesto que exigen un tipo de gobierno dispuesto a administrar adecuadamente los recursos provenientes de una prolija recaudación impositiva sobre las verdaderas riquezas y las verdaderas ganancias. Los mismos gobiernos pueden pensar en reducir los costos del trabajo, asegurando con su eficiente intervención los beneficios sociales que todo trabajador necesita. Es cierto que se le han transferido al empleador algunas obligaciones que un reconstituido y racionalizado estado de bienestar debería asegurar por sí mismo a todos. De esta manera algunos costos laborales se achicarían en la misma proporción en que las riquezas productivas tributarían al Estado.

Una administración desburocratizada, eficiente, honesta y equitativa atendería a las verdaderas demandas sociales. Nadie piensa que la actual situación del trabajo pueda dejar ajenos e insensibles a los gobiernos que, más allá de la globalización, deben recuperar la iniciativa, después de un shock económico aplastante y una actitud muy pasiva. ¿Qué trabajo contribuye a la personalización?

¿El trabajo asalariado o remunerado de otro modo? El ingreso necesario para la subsistencia y el consumo, ¿podría asegurarse independientemente del trabajo? ¿Puede pensarse el trabajo como algo no necesario? La falta de empleo no provoca sólo miseria sino otra calamidad social y existencial: la ausencia de una relación creativa con la Naturaleza. El trabajo debe ser visto, sobre todo, como una cuestión de expresión del hombre que, más allá de su natural dependencia, es un creador que establece con obras su presencia en el mundo.

Finalmente, se debe reconocer que tal vez estamos lejos de este concepto de trabajo, pero no es menos cierto que este "ideal" asoma a través de diversos síntomas: nuestra economía se ha convertido en una economía del derroche en la que las cosas han de ser devoradas y descartadas casi tan rápidamente como aparecen en el mundo, para que el propio proceso no termine en repentina catástrofe. Este consumo obsesivo y desmesurado multiplica geométricamente los excluidos en proporción inversa al beneficio que otorga a los incluidos. Tal vez los que disfrutan del banquete deberían pensar en racionalizar sus goces para no sucumbir en un mundo invadido por productos y artefactos que provoca la muerte de muchos otros.

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