2/12/2012

Discriminaciones

Si miramos nuestra sociedad no estamos muy lejos de las discriminaciones. Es común en nuestras “civilizadas sociedades” el rechazo a los que son pobres, a los que no tuvieron la oportunidad de estudiar, a los emigrantes, a los enfermos de sida, discapacitados. Se aísla y se descarta al que es diferente, al que no piensa como nosotros. ¡Cuántos rechazados por su forma de entender la vida! ¡Cuántas personas que son señaladas por sus opiniones diferentes!

¿Qué podemos hacer para borrar las barreras de la discriminación y las fronteras que destruyen la hermandad? ¿Confiamos en los pobres y en los excluidos?

Hoy tendríamos que tener como meta: que nuestros oídos se abran y sean capaces de escuchar el grito doloroso de nuestros hermanos, que podamos percibir los silencios resentidos de nuestros familiares, y las protestas angustiosas de nuestros cercanos. Hemos perdido la capacidad de escuchar lo que sale del corazón del otro. Preferimos estar atentos a las noticias intrascendentes, al estado del tiempo, a las novedades de la política o de los deportes… pero no tenemos tiempo de escucharnos en familia, de percibir los latidos del corazón dolorido, de que llegue hasta nosotros el clamor de los que viven en la miseria. También tenemos necesidad de hablar, no de superficialidades sino de lo que es verdaderamente importante.

Es urgente que alcemos nuestra voz por los que están sufriendo, es necesario que nuestras palabras abran un diálogo con los cercanos, con los tímidos, con los que se esconden… y nosotros necesitamos hablar, para romper hielos, para abrir caminos de reconciliación, para denunciar injusticias… Movamos nuestra lengua endurecida y encallecida por tantos silencios. Abramos nuestros oídos, abramos nuestra boca, abramos nuestro corazón.

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