7/11/2011

Ni la fe sin compromiso, ni compromiso sin fe

El hambre de los pueblos sigue siendo hoy un dato básico. Es una necesidad humana primordial: comer, recibir la alimentación que asegura lo material de la vida pero que es la condición necesaria para todo desarrollo, para crecer como personas, para ser libres, para ser responsables. Sin comida no hay vida de ningún tipo. Sin comida no hay futuro ni esperanza posible.

Si la caridad insiste que ayudemos a los mil millones de miserables, la verdad dicta que nos aprovechemos de la tecnología para que haya la abundancia. Un simple compartir de recursos no puede proveer la dignidad humana. Más bien, dejará a los indigentes dependientes y sometidos a los pudientes. No, además de compartir recursos tenemos que educar a los pobres para involucrarse en el mercado libre. Sólo así tendrán el pan, el techo, y el medicamento para vivir dignamente. Y ¿cómo podemos nosotros aquí desempeñar este cometido?

Podemos aportar a organizaciones que proveen a los más pobres tanto ayuda de desarrollo como socorro de emergencia. Podemos hacer compras con conciencia por los pobres. Por ejemplo, podemos buscar el café y otros productos a precios de “comercio justo.” Esto es una certificación que los pequeños productores reciben un precio bueno en cambio por un producto de buena calidad. Y podemos abogar por los más necesitados con nuestros líderes nacionales.

Aunque nuestras acciones individuales ayudan a los pobres, una política nacional que favorece el desarrollo íntegro multiplicará el bien un millón de veces. Esto es lo necesario hoy día, que sea multiplicado el desarrollo un millón de veces. El futuro no llega por sí solo; hemos de prepararlo por el esfuerzo y la lucha. No puede caer sobre el hombre por una suerte de decisión exterior y arbitraria, respecto a la cual quedase del todo extraño.

Todo futuro trae, sin duda, consigo algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en una cierta vinculación y continuidad con ellos. Lo dicho vale para todo futuro; vale también para el futuro último. El futuro último no tiene por qué dejar sin significado, valor y eficacia a los futuros anteriores y relativos.

La esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por el mundo presente y por los proyectos del hombre dentro de este mundo y por su realización. Antes al contrario, perdería toda seriedad y fundamento la esperanza que se conformase con aguardar pasivamente el advenimiento del último futuro.

El creyente no puede utilizar la esperanza cristiana como coartada en favor de un desinterés por los compromisos con los demás hombres en las tareas comunes de este mundo. El cristiano ha de atestiguar y verificar ante el mundo su esperanza participando seria y activamente en lo que la humanidad espera.

La fe y la caridad cristiana requieren la mediación de las criaturas: el conocimiento de Dios pasa a través del conocimiento del mundo; el amor a Dios pasa a través del amor a los hermanos. De igual modo, la esperanza ha de pasar a través de aquellos proyectos y sus realizaciones en que el cristiano interviene, solidariamente con los demás hombres, para cumplir con el mandato divino de perfeccionar la tierra.

En definitiva, ni la fe sin compromiso, ni compromiso sin fe. Una opción cristiana ha de evitar la separación de ambos extremos. "Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno.

Pero no, es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.

El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época". La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien descubre el Reino de Dios. Pero el compromiso se traduce en obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la ratificación necesarias de la fe.

El verdadero creyente no puede limitarse a servir y amar al prójimo con quien en cada caso se encuentra. En una u otra forma, la fe exige, hablando en general, el compromiso en la construcción de un mundo más justo, más humano y, por lo mismo, más de Dios. El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista desde toda la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la Iglesia, mediante la evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"

De este modo, la fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre: reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa reconciliación.

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