7/10/2011

La fuerza del Reino está en la gratuidad

• Hay visitas que no dejan ninguna huella. Hay otras visitas que, como decían los mayores, proporcionan mucha alegría cuando llegan, pero dan más alegría cuando se van. Entendido esto como la visita de aquel que viene y que ciertamente nos produce gozo, pero también nos implica los servicios y atenciones que cansan a la larga. El modelo de lo que debería ser toda visita: un encuentro gozoso entre personas que se quieren.

Una característica del cristiano será la alegría de dar, de dar prontamente, de dar gratuitamente. Restaurar a cada persona que está fracturada, lastimada o despreciada y hacerla sentir como verdadero Hermano. Siempre habrá duda de quién se presta para hacer de la religión un negocio y del acercamiento al Señor una ganancia material. La fuerza del Reino está en la gratuidad. Todo es regalo y todo es gratuidad.

• El odio viene cuando no se acepta al otro por hermano. Si miramos a las personas diferentes como enemigos o como adversarios en nuestra lucha por los bienes materiales, se despierta la envidia y no pensamos en que son hermanos nuestros, sino los miramos como rivales. El verdadero cristiano tendrá que cuidarse de no ser odiado por su incongruencia o por no ser fiel al evangelio, por hablar una cosa y hacer otra

• “Trabajamos para comer y comemos para poder trabajar”. Es urgente buscar caminos que acaben con el hambre pero no basta, se requieren nuevas formas de acercar a la mesa a los hermanos en unidad y fraternidad, compartiendo y construyendo un mundo donde los individuos y los pueblos alcancen un desarrollo integral y pleno. La persona requiere además del alimento su reconocimiento y su integración en la comunidad.

Antes estaban todas las puertas abiertas y todos podíamos entrar y salir de la casa de los vecinos saludándonos, gritando y riendo. Ahora las puertas están cerradas y las ventanas tienen protección. Los ladrones, los secuestros, las invasiones, nos hacen temblar y tenemos miedo. Y esto ha modificado toda nuestra vida. Vivimos con desconfianza y ocultos de los demás.

A quien se ha atrevido a publicar verdades o a manifestar inconformidades ante las mentiras y las injusticias, lo persiguen y lo amedrentan, hasta hacerlo claudicar. Ciertamente el miedo paraliza y oscurece las decisiones. Por más rejas que pongamos y por más ventanas que cerremos, si el mal lo tenemos en casa y en el corazón de nada nos sirve. Nos hemos cuidado del ladrón pero hemos permitido que nos roben la inocencia dentro de nuestros hogares.

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