9/18/2011

Un mundo de injusticias

Para Marisela todos los sueños parecen derrumbarse. Siempre había dicho que para ella no importaba mucho el dinero, pero ahora que no lo tiene, que no le alcanza ni para vivir, está cambiando de opinión. Desde su pueblo se vino a la ciudad para estudiar una carrera en la universidad. Excelentes notas y una dedicación continua la hacían sentirse segura a pesar de las limitaciones que tanto ella como su familia tenían que imponerse para seguir sus estudios. Vinieron los nervios y la euforia de la titulación. Y ahora sí, a buscar trabajo. Primero con muchas ilusiones de oficina en oficina, de una dependencia a otra… después con un poco de preocupación y al final, desesperada. ¡No encuentra trabajo a pesar de sus excelentes promedios! Unos días estuvo trabajando como empleada en una tienda de ropa con sueldos ridículos de $500.00 semanales. Después entró a una dependencia donde le “pagan” un poquito más, pero ni es su área, ni le alcanza para sobrevivir, ni se siente satisfecha. ¿Dónde están los grandes empleos y los altos salarios que algunos tienen?

Desempleo

A pesar de los alegres números que se manejan oficialmente, es muy común encontrarnos con un gran número de personas que no encuentran trabajo, o que tienen salarios ridículos, o que no están trabajando en sus especialidades. Médicos o ingenieros trabajando de taxistas, enfermeras que se desempeñan como empleadas, contadores o licenciados en administración de empresas laborando como secretarios. No es que hayan equivocado su profesión o que sea un trabajo inferior, pero no lo hacen por vocación, sino porque no encuentran las oportunidades de trabajo y se ven obligados a trabajar en lo que sea con tal de sobrevivir. Las historias de muchos hombres y mujeres, nos hacen pensar en el ámbito del trabajo como un lugar donde con frecuencia prevalecen las injusticias y se le da mucho mayor valor al capital y a las ganancias que a la dignidad y necesidades básicas de las personas. Si revisamos los horarios, si vemos los salarios, comprobamos que las personas pasan a ser meros números, engranes de una maquinaria de producción que solamente beneficia a unos cuantos y deja a la mayoría sobreviviendo. El desempleo no es sólo por falta de trabajo, por negligencia, o por incapacidad, es sobre todo por falta de oportunidades en un mundo injusto dominado por el dinero.

Sin salidas

El campo todavía está peor: mucho trabajo, mucho riesgo para los campesinos y pocos beneficios cuando se obtiene la cosecha. Las ganancias quedan en otra parte. La actual concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos injustos del sistema financiero y una acumulación de bienes y servicios que ni es en pro del bien común, ni beneficia a todos los hombres, ni produce una auténtica realización de la felicidad humana. Si a esto añadimos la grave corrupción en todos los niveles, la vinculación al flagelo del narcotráfico, de la trata de personas o del narconegocio, las “cuotas de seguridad”, se acaba destruyendo el tejido social y económico de las comunidades. Y esto tiene graves repercusiones en el desempleo, subempleo y situaciones dramáticas de necesidades personales, familiares y sociales. No es extraño, pues, que muchos jóvenes emigren en busca de mejores oportunidades dejando en abandono a las familias, o, en el peor de los casos, se vean atrapados en las redes de narcotráfico y grupos delictivos. ¿Hemos equivocado el camino? Cuando es más importante la ganancia que las personas, siempre acaba perdiendo la humanidad.

Un salario digno

Frente a este mundo de injusticia y desempleo, viene Jesús a narrarnos su parábola. ¿Tiene algo que enseñarnos? Ya me imagino que si nosotros nos ponemos en el lugar de los primeros obreros que trabajaron todo el día y recibieron un pago igual que los que trabajaron sólo una hora, estaríamos renegando y criticando al patrón que nos presenta la narración. Pero estas parábolas siempre tienen alguna enseñanza más profunda, aun en el plano meramente laboral. El patrón no comete ninguna injusticia pues en el denario, pago justo convenido, se representa la cantidad necesaria para sobrevivir dignamente. Y es el derecho que todas las legislaciones prescriben: derecho a un salario que dé la posibilidad de alimentación digna, educación, salud y vivienda. Pero eso queda en letra muerta porque nos sometemos a las leyes de un capitalismo feroz. Cristo nos propone un verdadero cambio, donde todos los hermanos sean capaces de obtener su “denario”, es decir un salario justo y suficiente para que una familia lleve una vida con dignidad. La parábola tiene además otros sentidos. Este pasaje continúa la instrucción de Jesús sobre los temas de la fraternidad cuyo cimiento fundamental es la acogida al débil. La respuesta a las diferencias que ofrece es muy clara: la norma de oro sobre la que nace la comunidad debe ser la igualdad: todos reciben lo mismo independientemente del trabajo que han realizado. Habrá que romper los esquemas que hacen de la comunidad un campo cuya norma parece ser la fuerza y el egoísmo. La nueva comunidad cristiana habrá de recuperar su vocación inicial y romper las estructuras sistémicas que hacen de la comunidad una presa fácil a favor del poderoso, donde el débil no cuenta y los excluidos no tienen acceso a los beneficios del Reino.

En una comunidad nueva

Finalmente me quedo reflexionando qué hubiera pasado si no se contratan los otros obreros. Los que llegaron primero estarían felices con el denario que justamente han ganado, pero empieza la comparación y la diferencia, y provoca enojo. Lo que Jesús propone es una experiencia de comunidad donde haya respeto y valoración de todas las personas, donde la comunión sea vivida en la acogida del que es diferente y más pequeño. Ante Dios no es cuestión de mérito, ni de cantidad o calidad de trabajo. Tanto la llamada a participar en su viña, como la retribución, son un regalo, no una premiación. La respuesta y el compromiso personal son muy necesarios, pero la recompensa es gratuidad de Dios. Dios habla de la gracia, de la alegría de dar. Nosotros inmediatamente hablamos de comparaciones y de derechos. Y la comparación siempre produce complejo de superioridad o nos arroja en la amargura de la envidia. ¿No es cierto que muchas de las tristezas y frustraciones nacen de la comparación con lo que otros tienen, con lo que los otros hacen o con lo que otros disfrutan y nosotros no? Los obreros han recibido con justicia su jornal, pero al mirar a los otros les produce tristeza lo que están obteniendo. La envidia corroe el corazón, cuando nos comparamos con el otro y nos sentimos con más derechos. Detrás de esta narración está también la crítica de Jesús a quienes se dicen justos y desprecian a los demás, a los que cierran sus corazones frente al débil, a los que juzgan como pecadores o perversos a los otros.

Una parábola que cuestiona seriamente nuestro sistema económico pero también nuestro sistema religioso y familiar, que nos obliga a pensar en quienes no encuentran trabajo, en los salarios injustos, en los migrantes despreciados… en tantas víctimas de nuestro mundo laboral ¿Cómo trato a los demás que han tenido menos oportunidades que yo? ¿Cómo soy fiel a Jesús que nos enseña que somos hijos de un Padre que ama a todos por igual? ¿Qué podemos hacer para cambiar las estructuras injustas en el mundo de la economía? ¿Cuál es mi actitud frente a quien no encuentra trabajo?

Dios nuestro, Padre bueno, Padre de todos, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que, construyendo una nueva comunidad, podamos alcanzar la vida eterna. Amén.

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