9/19/2011

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

Nuestro mundo necesita de la caridad de Cristo, del amor de Dios. De ese amor en el que todos los hombres pueden llenar sus vidas de todo lo que necesitan para vivir como tales. No solamente se trata del pan que nos sacia, y por el que claman muchos hombres y mujeres de la tierra que lo necesitan; es mucho más, es todo aquello que resulta necesario para alimentar en plenitud la dignidad del ser humano, que nos dice que todos somos hijos de Dios y, por ello, todos hermanos.

Hemos de ser capaces de afrontar con la novedad de Cristo los problemas de nuestro mundo. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Los países de la tierra, unos de una manera y otros de otra, se enfrentan con tremendos problemas en la vida social, política, económica, cultural e incluso religiosa, y que nos urgen a esta petición del Padrenuestro: «Danos hoy nuestro pan de cada día».

Son problemas que responden a estructuras construidas y que repercuten en el desarrollo y totalidad del ser humano. «Danos hoy nuestro pan de cada día», pues tenemos hambre, odio, marginación, violencia, miedo, conflictos en los que ponemos en peligro la vida de unos con los otros.

El mundo de hoy necesita dirigirse a Dios, como lo hizo Jesús, para decir «danos hoy nuestro pan de cada día». El ser humano tiene hambre y hemos de ser los discípulos de Jesús quienes respondamos a esta llamada.

El Concilio Vaticano II dirigió su atención a la Iglesia y nos hizo caer en la cuenta de lo que Ella era: Cuerpo de Cristo y Pueblo reunido en el vínculo del amor de la Trinidad. Pueblo que tiene la responsabilidad de decir y de vivir eso que repetimos en Jesús, «danos hoy nuestro pan de cada día».

¡Qué imagen más bella de la Iglesia! Nosotros, miembros de la Iglesia, sentimos la exigencia de experimentar intensamente los vínculos de la fraternidad evangélica hasta llegar a formar comunidades, al estilo de la comunidad primitiva ideal que describe el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde nadie pase necesidades, donde la dignidad del ser humano sea reconocida, donde todas las dimensiones de la vida humana estén alimentadas y lleguen a la plenitud.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». ¿Cómo llega este pan a todos los hombres? «Nosotros hemos creído en el amor». Y es lo que lleva a que todos los miembros de la Iglesia se presenten en el mundo viviendo aquello que nos describe Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».

Hay que amar a toda las personas, tal y como lo hizo Jesús, hasta dar la vida. ¿Sabéis lo que es decir al otro, sea quien fuere, yo estoy dispuesto/a a morir por ti?. Es un amor que nos hace perder cualquier otro objetivo. Esta es una actitud creadora de unidad y fraternidad, que es capaz de gestar una novedad absoluta alrededor de quien está junto a mí; y que quita el hambre, todas las clases de hambre, que puedan tener los hombres y mujeres que se acerquen a mí. «Danos hoy nuestro pan de cada día».

¿Dónde aprendemos a decir «danos hoy nuestro pan de cada día» y dónde se nos da ese pan?. Ciertamente, en el Cenáculo. Es en la Eucaristía: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo…Bebed de ella todos, porque ésta es mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados». Aquí es donde aprendemos a decir y a vivir con todas las consecuencias «danos hoy nuestro pan de cada día».

Dios es Amor, y este Dios que se nos ha revelado en Jesucristo se nos da para que alimentemos nuestra vida de Él. Así, quien lo recibe no puede estar a mal con nadie, no puede dejar de mirar a nadie. Habiendo Dios tomado posesión de su vida, ha de mirar a los demás como Dios mismo los mira, los quiere, les habla, les coge y los acoge. Dios es Amor. «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él».

La Iglesia vive del Cristo eucarístico; de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y misterio de luz. Cada vez que celebramos la Eucaristía, de alguna manera, podemos vivir la experiencia de los discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» . «Danos hoy nuestro pan de cada día».

¡Qué alegría da descubrir en la Eucaristía el modo más singular y pleno para decir con verdad «danos hoy nuestro pan de cada día»! Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención.

Es decisivo este sacrificio para la Humanidad entera. ¿Qué más puede hacer Jesús por ti y por mí?. Aquí el mundo quita el hambre, toda hambre. Aquí la Iglesia, Cuerpo de Cristo, aproxima a los hombres y mujeres de todo tiempo a la realidad de una Humanidad sin hambre. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Con la Eucaristía la Iglesia consolida su unidad, su comunión y su misión. A los gérmenes de disgregación, que laten en el corazón de los hombres a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad y comunión de Cristo en la Eucaristía. «Danos hoy nuestro pan de cada día».

Cuando más nos acercamos a Dios, más nos acercamos entre nosotros. Somos una pequeña muestra de ese amor que responde al Amor que es el mismo Jesucristo. Ámalo. Escucha lo que quiere y desea de ti. El es Amor, y su voluntad es que ames con su Amor. Así quitas el hambre a todos. «Danos hoy nuestro pan de cada día» podría traducirse por haznos vivir siempre de tu Amor; así nada faltará a quien se acerque a nosotros.

En las reglas de los santos siempre reclamaron este Amor a sus discípulos: «El motivo esencial por el que os habéis reunido es que viváis unánimes en la casa y tengáis unidad de mente y de corazón dirigidos hacia Dios». «Anticípense a honrarse unos a otros…, préstense obediencia a porfía mutuamente, nadie busque lo que juzgue útil para sí, sino más bien para los demás»

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